Durante la crisis del Covid-19, los 2,6 millones de personas que conforman la cadena agroalimentaria –productores, industria alimentaria, industria auxiliar, transporte, distribución, etc.- están trabajado unidos para que la alimentación no sea un problema añadido en este periodo tan complicado para todos. España es un gran país productor y transformador de alimentos y, en estos momentos, la fortaleza y el trabajo conjunto de la cadena agroalimentaria se ha puesto de manifiesto con el objetivo común de garantizar la disponibilidad de productos de alimentación.
No cabe duda de que el sector ha ganado puntos ante la opinión pública, que hoy valora y agradece el trabajo de las empresas y trabajadores que lo integran como nunca lo había hecho. El sector agroalimentario ha sido un ejemplo de capacidad de reacción ante cambios sin precedentes en el consumo, que se han producido tanto en lo referente a la demanda como a la velocidad con que han sucedido, y para superar las dificultades operativas derivadas de la crisis.
Se ha demostrado un altísimo nivel de eficiencia de la cadena, que cuenta entre sus principales fortalezas la gran profesionalidad y responsabilidad de los operadores que la componen. Éste ha sido el motivo por el que ha sido capaz de responder a la sociedad, tal y como ésta lo ha pedido. En todo este proceso, el papel de los ingenieros agrónomos, presentes en todos y cada uno de los eslabones de la cadena, ha sido esencial.
Entre dichos operadores, los agricultores y ganaderos han continuado dado lo mejor de sí mismos para obtener las cosechas que permitan garantizar a la población el suministro de alimentos, debiendo superar dificultades como la escasa disponibilidad de la mano de obra necesaria para realizar las campañas agrícolas.
Por parte de las industrias alimentarias, con una posición central en la cadena de valor, se viene manteniendo un trabajo permanente y un firme compromiso con la máxima garantía de la seguridad alimentaria y la calidad de los productos, fundamento de su compromiso con los consumidores y su calidad de vida y bienestar.
En el caso de la distribución, su gran capilaridad y eficiencia, ha permitido, a través de las plataformas logísticas y de los mercados mayoristas, hacer llegar los productos de los proveedores a la red de establecimientos de alimentación y a los establecimientos dedicados al comercio detallista, para conformar una variada y abundante oferta a disposición de todos los españoles.
La crisis nos ha reafirmado en la opinión de que la colaboración entre todos los eslabones que componen la larga cadena, desde el campo a la mesa de los consumidores, es la mejor garantía para ofrecer lo que estos demandan en cada momento. Pero también nos debe servir para aprender que mantener esa colaboración y entendimiento son imprescindibles para conseguir superar las ineficiencias y problemas de funcionamiento que se registran en la cadena de suministro y para logar un adecuado reparto, entre sus componentes, del valor generado a lo largo de ella.
Por ello, cuando el consumo se normalice completamente, deberemos seguir apostando fuerte por el diálogo, el acuerdo y las relaciones comerciales a largo plazo para mejorar, entre todos, una cadena en la que todos se vean fortalecidos y recompensados equitativamente por su contribución, puedan garantizar su sostenibilidad y en la que se tome muy en cuenta el enfoque hacia el servicio al consumidor. En esa tarea la figura del ingeniero agrónomo puede y debe servir como eje vertebrador de un sector que tiene que permanecer unido para contribuir, con la misma determinación que ha demostrado en este tiempo, a la necesaria recuperación de la economía española una vez que superemos la crisis sanitaria del covid-19, etapa en la que el sector agroalimentario volverá a ser una pieza clave en la creación de riqueza en nuestro país.